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Responsabilidad colectiva y el deber de acción en una ciudad abandonada


10 de enero de 2021


Richard Mamani Calizaya


El geógrafo urbanista Jordi Borja afirma que el espacio público ciudadano no lo crean ni los gobiernos ni los diseñadores, son una “conquista ciudadana”, también nos indica que la reinvención de la ciudad, del espacio público constructor-ordenador de ciudad y del urbanismo, no es monopolio de nadie. Al igual que la producción de ciudadanía y de ciudad no son un desafío político exclusivo de los gobiernos locales.

Todo lo mencionado permite afirmar que la revitalización, reinvención, transformación de la ciudad también puede ser producto de acciones ciudadanas, ante la ausencia o debilidad de las políticas públicas ejercidas desde la gestión municipal local. Las organizaciones sociales plantean demandas y propuestas -negando muchas veces deberes o responsabilidades- para criticar y ofrecer alternativas, pero también pueden ejecutar, gestionar programas y proyectos en diferentes escalas.

Con estas consideraciones es válido afirmar y ver a los “colectivos urbanos emergentes”: ciclistas, ambientales y todas sus variantes como instancias de “hacer ciudad” en un escenario urbano público que ofrece la oportunidad a comunidades y ciudadanos para que se presenten como personas ante los otros, como sujetos con derechos y deberes, en el que los ciudadanos pueden obrar, expresar y deliberar libremente, respondiendo al “deber de acción”, como lo señalaba la filósofa Hannah Arendt respecto a la responsabilidad personal y la responsabilidad colectiva y las nefastas consecuencias de la incapacidad de pensar por uno mismo.

Responsabilidades orientadas a la regeneración de la capacidad de comenzar, que animan e inspiran todas las actividades humanas y constituyen la fuente oculta de la producción de todas las cosas grandes y bellas que van configurando la recuperación del espacio político y público. Condición importante en tiempos que exigen salir del estereotipo homogenizaste de la gestión de ciudad para generar prontas e innovadoras respuestas.

En estos últimos tiempos, hemos sido testigos del trabajo de ciudadanos, activistas y artistas urbanos que pintan figuras coloridas en las ciclovías, artistas urbanos que expresan motivos y mensajes en muros, ciclistas urbanos que con brocha en mano y viñetas pintan la señalética de las ciclovías emergentes. Así como tiempo atrás, activistas ambientales convocaban por las redes sociales a participar en la forestación torrenteras en operaciones de concientización-acción social y ambiental para una mejor convivencia en el espacio público.

Estas acciones no deben considerarse un paliativo, porque aspiran a la construcción de hábitos como parte de la construcción de una cultura ciudadana y son una respuesta a este “deber de acción” y de “conquista de una ciudad” en tiempos de crisis ambiental y sanitaria. En este sentido, es necesario pensar que la transformación urbana no es tarea de unos pocos individuos o líderes, sino que es una tarea de todos, los que estamos y los que vendrán, que exige un cambio de actitud y la multiplicación de estas prácticas. Una o muchas campañas de educación ciudadana no serán suficientes, si no respondemos al deber de acción: niños, jóvenes, adultos y ancianos, todos en nuestras diferentes condiciones podemos aportar, a la mejora de ciudad y del espacio público. Es necesario que haya nacido en nosotros la voluntad de hacer de este espacio urbano un espacio de convivencia.

El filósofo y sociólogo Edgar Morín también nos llama a reflexionar sobre la construcción de una vía para vislumbrar el futuro de nuestras ciudades repensando “la política de la civilización y la política ecológica” para enfrentar las amenazas presentes en un planeta amenazado por el cambio climático -la pandemia- y sus consecuencias económicas, sociales y ambientales.

Debemos tomar conciencia de la degradación social y ambiental, para trabajar por la calidad de vida y la regeneración de la convivencia en las ciudades. Siendo necesario dejar atrás la idea ilusa de que todas las respuestas a nuestras demandas vendrán desde la gestión pública, podemos confiar en una naciente acción ciudadana que apuesta por la dinamización de respuestas desde la colectividad, porque vivimos el desencanto de las utopías urbanas modernas y sus esquemas de gestión pública.

Las respuestas a nuestras necesidades sobrepasan la capacidad de “lo público”. La ciudad transformada será producto de la mano de los ciudadanos conscientes, que encuentran las maneras de responder al llamado de acción y no desde la mirada lejana, en un espacio urbano en pugna y lucha política. La indignación, ante la escaza respuesta desde la gestión pública no es una respuesta a los problemas, las acciones nos aproximan a una realidad de convivencia imaginada.




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